El niño tiene derecho a que los adultos en casa,
en la escuela o en cualquier otro lugar
le leamos en voz alta los pasajes
de los libros que más le apasionen.
Y que al hacerlo
la palabra sea hermosa, expresiva, radiante.
Y que la voz de los maestros al leer
adquiera diversas resonancias y matices.
A que cada personaje de los cuentos
tenga su propia inflexión.
Y aquella voz del narrador sea hechicera: a ratos de trueno,
a veces apacible, según convenga al relato.
Y que en ella la vida cante su mejor melodía.
Danilo Sánchez Lihón
Ilustración: Luis Alvarado
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